top of page

Desenfocados

Estos días, obstinados en nuestra propia razón, parece que nos sentimos legitimados para insultar o hablar con impertinencia a cualquiera que nos contradiga. Nos vale cualquier contexto. Las conversaciones directas han empezado a escasear, pero las redes siguen siendo un escenario repleto de reacciones cotidianas.

Lo curioso es que hay poco de razón en eso. Lo que hay es mucha pasión.

No es algo nuevo. Todos sentimos apego por nuestras creencias. Nos dicen quienes somos y alimentan nuestro ego. Las llevamos con nosotros por la vida y las exhibimos orgullosos en algunos momentos. Lo difícil de estos días es que ese apego se ha vuelto ciego. Ciego porque nace del miedo. Ciego porque nos secuestra. Hoy tenemos miedo de perder tantas cosas.

Sin embargo creo que hay una cosa que nos aterra por encima de las demás: tenemos miedo de perdernos a nosotros mismos, nuestra identidad. Sentimos tanto miedo que usamos nuestras ideas para defendernos con fuerza.

Siempre pensé que esa reacción era más propia de la adolescencia: Seguramente todos podemos recordar esa etapa en que nos creíamos más listos que nadie, hablábamos con condescendencia a nuestros padres, como si fueran unos pobres ignorantes, y nos sentíamos ganadores si devolvíamos la réplica más ingeniosa. Bendita y terrible adolescencia. Cuanto miedo y cuanto enfado que gestionar. No hay etapa vital más convulsa, apasionada y torturante.

Hoy parece que esa forma de manejar la vida no corresponde únicamente al adolescente en busca de su propia identidad. Corresponde también al adulto que enfrenta una crisis sin precedentes. Una crisis inducida a la fuerza y nada clara. Hemos entrado en una especie de adolescencia social que nos vuelve tercos e impertinentes, a veces condescendientes, otras irrespetuosos y desagradables, pero sobre todo, incompetentes para manejar el miedo y el enfado.

 

Tal vez en determinadas ocasiones, podamos ser conscientes de estar defendiendo una creencia, pero lo cierto es que la mayor parte de las veces lo hacemos sin apenas darnos cuenta y simplemente sentimos que se trata de algo tan evidente, que no podemos por menos que tratar de convencer a la persona que tan estúpidamente disiente de nosotros"

“El pensamiento defiende con uñas y dientes sus creencias fundamentales ante cualquier evidencia de que pueda estar equivocado ”

Sobre el diálogo. David Bohm

 

Todos estos años años mi trabajo a servido a un mismo fin: crear las condiciones para que las personas pudieran cuestionarse, reflexionar y construir un criterio propio. Desde mi punto de vista, eso contribuye a que podamos ser libres. Sean cuales sean nuestras ideas, que sean nuestras de verdad, que nadie decida por nosotros. Algunos días, de puro agotamiento, he creído que mi trabajo había perdido el sentido. Otros, he sentido que hoy más que nunca era importante continuar poniendo ese granito de arena.

La verdad es que nuestra identidad, como adultos, hace años que nos pertenece. No deberíamos necesitar defenderla ante nadie si estamos seguros de ella. Incluso nuestra identidad, como sociedad, también nos pertenece. Puede que necesitemos redefinirla, pero no deberíamos necesitar insultar a nadie para conseguirlo. Sin embargo alguien nos ha hecho creer que sí. Nos han llevado, con un buen golpe, a esa adolescencia social de miedo y enfado en la que no sabemos confrontar ideas sin pelearnos, donde no hay perspectiva, donde el desafío final es desacreditar al otro para legitimarnos nosotros.

¿Quién dirige nuestra mirada hoy?¿Hacia dónde?¿Cuál es realmente el peligro?

Creo que quien nos amenaza no es la persona que tenemos enfrente y no piensa como nosotros. Creo que el interlocutor al que tememos es mucho más grande y poderoso. Mucho más. Creo que en el fondo esto lo sabemos todos, y sin embargo, seguimos insultando al que tenemos al lado. Es así como la amenaza real está ganando la jugada.

Tenemos miedo, es comprensible, pero hemos equivocado el foco.

 

Entradas destacadas
Buscar por tags
Síguenos
bottom of page