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Templanza y liderazgo

Tuve la suerte de nacer en Cataluña, una tierra que me ofreció dos lenguas y una cultura admirables. Crecí en una familia, donde la libertad, el respeto y la igualdad eran pilares. Me eduqué en un colegio, dónde a pocos años de haber terminado la dictadura, un ex-cura con sandalias nos daba clase de Formación Humana y nos enseñaba a sostener debates, a tener argumentos y a escuchar.

En esa escuela aprendí, el enorme esfuerzo que supone comprender al otro. El valor del respeto, de la empatía, y de la libertad.

Recuerdo un debate en especial: tuve que defender con argumentos el porqué tenía sentido que un hombre hubiera matado a alguien. Me costó mucho, yo apenas debía rondar los once o doce años. Recuerdo mi libreta repleta de artículos de prensa, subrayados, y mis reflexiones al margen. Aprendí algo muy valioso en ese momento: Todo puede argumentarse, todo puede comprenderse, pero no todo es aceptable. Nuestros valores nos guían. Por eso, aunque logré encontrar argumentos para comprender el comportamiento de ese hombre, no pude justificarlo.

Comprender al otro-aunque aborrezcamos lo que ha hecho-nos devuelve la libertad, alejándonos del prejuicio y permitiendo que elijamos a conciencia. Comprender no significa resignarnos, ni aceptar sin más. Comprender, nos ayuda a ganar templanza, a formarnos un criterio propio, a tomar decisiones coherentes y firmes. Comprender nos aleja del impulso y nos acerca a la respuesta meditada. Nos obliga a reflexionar, a respirar y a tomar perspectiva. Querer comprender, a menudo desafía nuestros principios.

He querido comprender la violencia que vi en Cataluña el domingo. Para hacerlo, primero tuve que transitar, ese 1 de octubre, por la perplejidad, la indignación y la tristeza. Tuve que llorar de impotencia y frustración. Dos días después, todavía duele e indigna, pero hay algo más de distancia y un poco de templanza. Hoy, la convicción de rechazar esa violencia es firme. Pero no quiero hacerlo sólo por impulso, quiero hacerlo comprendiendo a quien decidió que golpear personas era legítimo y necesario.

Hoy comprendo algo que ya descubrí hace años: el miedo es humano, y se convierte en un arma terrible, cuando quien lo siente tiene poder y ninguna herramienta para apaciguarse. El miedo es peligroso cuando nubla el criterio, nos convence de que estamos en peligro y nos conduce a resolver a golpes. Hay que ser valiente para superar el miedo, y humilde para aceptar que no sabemos como manejarlo. Hay que aferrarse a los valores para no perder el rumbo. Nada, ningún miedo, debería secuestrarnos hasta tal punto, que nos creamos con el derecho de dañar a otros.

El domingo resurgió lo peor de una España que ya conocíamos y esperábamos no volver a ver. Resurgió el miedo, y el cinismo, y la mentira. Pero sobre todo, resurgió el poder autoritario e ignorante, que cree que a golpes puede convencer a los demás.

Los golpes no convencen. Los golpes duelen, pero no convencen. Lo que logran, es reafirmar en quien fue golpeado, su derecho a la libertad y al respeto. Por eso ese día, también resurgió algo admirable: la unión de personas que, sin compartir ideologías, sí compartían su rechazo a la violencia y la defensa convencida de los derechos fundamentales.

Desde hace años trabajo con personas que sostienen la responsabilidad de guiar a otros (directores, gerentes, presidentes, etc). Esas personas tienen poder y una gran carga sobre sus espaldas. Es un trabajo difícil. Requiere coraje, humildad, templanza y generosidad. Son seres humanos, igual que los demás, pero a menudo sienten que no pueden mostrar debilidad. Sin embargo, todos tienen miedo en algún momento, dudan y se cuestionan. De todos ellos, algunos, logran superar el desafío con dignidad: son los que a pesar de sus temores, no se dejan guiar por ellos, y apelan con humildad y convicción a criterios claros. Son los que muestran respeto y hacen el esfuerzo por comprender al otro en los momentos difíciles. Son los que dejan a un lado su ego y en lugar de exigir obediencia, inspiran confianza, convencen con argumentos y logran el compromiso de los demás.

Deseo firmemente que los que sostienen la difícil responsabilidad de guiar este país, apacigüen su miedo o encuentren recursos para hacerlo. Que inspiren en lugar de imponer, que escuchen en lugar de golpear, que comprendan en lugar de ignorar.

La libertad y el respeto no son negociables.

 

Foto: Joan AiP Foto. (Barcelona 1 d'octubre 2017).

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