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Confusiones habituales

Convivimos en lo cotidiano con algunas confusiones habituales.

Andan con nosotros con normalidad, bien adaptadas, y así, pasan desapercibidas.

Sin embargo, o quizás precisamente gracias a su discreción, son poderosas. Manipulan la realidad sin que nos demos cuenta y nos llevan por caminos muy poco constructivos.

Quiero distinguirlas por "mundos", para ubicarlas con un foco claro de atención:

El "mundo de lo complejo"

El "mundo del cambio"

El "mundo de la comunicación"

El "mundo de la autoconsciencia emocional"

El "mundo del liderazgo"

En el "mundo de lo complejo" convivimos con la confusión entre lo sencillo y lo simplista.

Para no extenderme, sólo apuntaré la idea clave de que lo sencillo no es fácil, requiere esfuerzo y análisis. Requiere sacar conclusiones sobre lo que es esencial y definitorio en lo complejo. Cuando creemos que hacer las cosas sencillas es fácil, a menudo caemos en un enfoque simplista que pasa por alto variables importantes de la realidad (compleja) y nos conduce a cometer errores innecesarios. En La vida sencilla introduje algunas ideas.

En el "mundo del cambio" convivimos con la confusión entre la aceptación y la resignación. Tengo la intuición de que, esta tendencia a lo espiritual en la que vivimos, ha ejercido una influencia simplista en el enfoque sobre las actitudes humanas. No digo que los enfoques espirituales sean simplistas, sino que han sufrido la misma suerte que tantas otras corrientes: la simplificación en lugar de la sencillez para hacerlo fácil. Esta desvirtuación, nos ha llevado a creer que aceptar significa dejar las cosas como están. Ejercer una bondad absurda, carente de sentido: "Acepta lo que hay, no te resistas". Aceptar no significa aguantarse con lo que hay. Aceptar significa hacer el ejercicio de comprender, de observar la realidad tal y como es, sin juicios. Tomarla como llega. Y, habiéndola comprendido y aceptado (que no es fácil), si consideramos que merece ser cambiada a mejor, poner nuestras energías y nuestras acciones para que suceda. De lo contrario, sólo nos estaremos resignando.

En el "mundo de la comunicación" convivimos con la confusión entre el criterio y la opinión. Con toda la apertura y conexión que han aportado las redes sociales, inevitablemente, también nos han sumido en un mundo repleto de palabras innecesarias. Los debates en la TV son otra muestra grotesca de lo mismo. Con esta amplitud de posibilidades informativas, hemos olvidado que, tener una opinión sobre algo, no significa necesariamente tener también criterio. Las opiniones son personales, subjetivas y lícitas. Están basadas en nuestros gustos, nuestras ideas preconcebidas y a menudo son impulsivas. Los criterios sin embargo, requieren reflexión, conocimiento, datos contrastados, experiencia y, a menudo, tiempo y esfuerzo.

En el "mundo de la autoconsciencia emocional" convivimos con la confusión entre lo espontáneo y lo impulsivo. De nuevo, en esta era donde "expresarse" es importante, parece que si lo sueltas tal cual te apetece, estás siendo auténtico y haciéndote un bien a ti mismo y a la sociedad. Sin embargo, ahora que todo lo ponemos en las redes, quiero creer que más de uno/a nos hemos arrepentido de haber hecho público nuestro "impulso" sin meditación ninguna. Y ahí está la clave. La impulsividad es reactiva e inconsciente, carece del autoconocimiento necesario para calibrar nuestras respuestas. La espontaneidad sin embargo, aunque pueda ser igual de rápida que el impulso, requiere un trabajo previo. El trabajo de saber quiénes somos: saber lo que nos lleva a pensar o sentir como lo hacemos. Hay conocimiento de uno mismo en la respuesta espontánea. En lo espontáneo hay madurez y responsabilidad y, sobre todo, autenticidad.

En el "mundo del liderazgo" convivimos con la confusión entre apariencia y presencia. En la apariencia hay imagen, cuidada y medida. Hay también una supuesta fuerza de autoridad. Ambas, imagen y fuerza de autoridad, son vestimentas necesarias para ocultar el miedo y la inseguridad. Somos humanos. En la presencia, sin embargo, uno percibe autenticidad y templanza: ese poder que otorga el buen manejo de las circunstancias. En este caso ambas, autenticidad y templanza, no son atrezzos, sino muestras directas se seguridad y autoconfianza.

Me gustaría profundizar en cada uno de estos mundos. Contienen confusiones complejas que merecen más tiempo. Para eso habrá futuros artículos, y talleres en los que poder trabajarlos. De momento, quedan inaugurados los caminos de reflexión, para aquellos que elijan tomarlos.

 

Foto: Joan AiP Foto.

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