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Currículum de vida de un proyecto

La primera vez que pensé en Tiempo de Aprender supe, sin poder explicar muy bien cómo, que la imagen que aparecía en mi cabeza, tenía vida propia. No era mi proyecto. Era un proyecto que tenía que existir. Ese lugar-porque en realidad Tiempo de Aprender es un lugar-tenía ya una forma: Un espacio definido en el que la gente podía encontrarse y aprender. Un lugar en el que compartir, cuestionarse y reír. Un lugar, donde las personas podían construir una manera mejor de vivir. Un espacio, al fin, donde el arte y la vida se encontraban para diseñar cosas buenas, útiles y cotidianas.

Hoy, ese proyecto todavía es pequeño. Crece paso a paso, sin prisa, sin pausa, y se alimenta de muchas voces, de muchas personas que, a veces sin saberlo, lo ayudan a hacerse mayor.

Me encontré con los primeros trazos de Tiempo de Aprender cuando tenía 9 años. Fue la primera vez que subí a un escenario. Estar allí me hizo sentir grande de una forma que no había experimentado antes. Desde allí llegabas a mucha gente de una sola vez. Esa primera vez bailé, y muchas otras. Pero los escenarios no fueron sólo para bailar, fueron también para recitar poesía, para hacer música y para hacer teatro. La danza, la interpretación y la música me mostraron el alcance de la expresión sin palabras.

Las pistas siguientes, las encontré en la pintura, la fotografía y la arquitectura. Aquí no había escenarios, pero el alcance de su expresión sin palabras volvía a ser muy grande. Observar como un cuadro cobraba vida, desvelar cada fotografía a la luz de la ampliadora, asombrarme ante cada diseño de construcción... Cada una de esas disciplinas decía tantas cosas sin usar nombres, verbos o adjetivos.

La vida me llevó por otros caminos, donde no había escenarios, ni creaciones que admirar, pero había muchos libros, muchas ideas (la filosofía) y muchas personas que observar y escuchar. Aprendí mucho escuchando lo que la gente pensaba. Observé a cada una de esas personas, y todas me enseñaron algo. Hoy lo siguen haciendo.

Así empezó todo. Con el descubrimiento a cada paso, de todas esas fuentes de aprendizaje e inspiración. Con la convicción al cabo de los años, de que muchas de las cosas que necesitamos aprender para vivir mejor, nacen del encuentro del arte y la filosofía con lo cotidiano. Nuestras habilidades, las más esenciales, pueden aprenderse así: Aprendiendo a comunicarnos como se aprende a bailar con otro, aprendiendo a mirar y a ver la realidad, como se aprende a observar con una cámara de fotos, aprendiendo a construir nuestra vida, como se busca el sentido y se construye el plano de una casa.

 

 

Tiempo de Aprender tiene vida propia porque se alimenta de cada persona que lo mira y lo ve, de cada aportación y de cada apoyo recibido.

Los primeros en dar apoyo y energía a este proyecto fueron mis padres y mi hermana. Por supuesto, su amor y su apoyo incondicionales son únicos. Sin embargo, es más que eso. Haber crecido en una familia donde la conversación se aprecia y se cuida, donde los valores de respeto, generosidad, creatividad y libertad son importantes, son hechos fundamentales que me permitieron ser quien soy y como soy. Sin eso, quizás yo nunca habría apreciado el arte, ni la reflexión pausada, ni el compartir lo que uno aprende. Esos son ingredientes básicos de Tiempo de Aprender.

Después, llegaron más apoyos, muchos. Y continúan estando ahí:

Las chicas, mis queridas "Amparos", que se alegran con cada paso que el proyecto da, que celebran cada acontecimiento y me apoyan en cada traspié. Ellas, que se sienten orgullosas de Tiempo de Aprender, le ponen también una parte de ese apoyo incondicional.

David. Bueno, David es la alegría, es el optimismo, es la energía en movimiento. David alienta cada decisión valiente que me toca tomar. Y por supuesto, celebra cada paso que doy con mil aplausos. David es la pura vitalidad que Tiempo de Aprender necesita cada vez que algo se pone difícil.

Xavi es pausado, cuidadoso, me trae libros bonitos y gente todavía más bonita, como Marc y su libro Cases per a un poeta. Xavi contribuye de forma discreta porque él lo es y porque cree en el proyecto desde el primer día.

Joan. Él es la mirada. Es quien observa. Es quien cuenta la historia de Tiempo de Aprender, con cada imagen que sus ojos ven. Joan es parte de este proyecto. Lo construye y lo completa desde esa otra dimensión -la fotografía- que no usa palabras.

Omar es el diseño. Omar creó a Hugo, el pequeño que lee dentro del logo de Tiempo de Aprender. A partir de una sola conversación sobre Scorsese, fue capaz de dar vida a este reloj tan especial.

Camila. Ella es la dulzura. Ella es el aliento que llega desde Chile y trae esa mirada amplia y cuidadosa con la que ganar perspectiva.

Y por supuesto, los primeros participantes. Dicen, que los primeros en apostar por un nuevo producto, son los más locos. Así que, este grupo de personas que apostó por el primer taller de conversaciones, son y serán siempre los primeros, los más queridos locos de Tiempo de Aprender: Noelia, Juan, Francesca, Gemma, Merche, Diego y Xavi.

Hoy era necesario escribir esta historia, por un motivo muy simple: para que un proyecto crezca fuerte y sano, necesita reconocer sus orígenes y sus apoyos, necesita agradecerlos, porque sin ellos, Tiempo de Aprender y yo, no estaríamos aquí.

Gracias a todos de corazón.

 

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